Isabel, matriarca cabrera: «Prefiero no tomar café a beber leche de cartón»
La familia Ruiz Morante celebra que el Gobierno vaya a regular la venta directa de leche recién ordeñada para revalorizar la ganadería
Las competiciones improvisadas entre Isabel y su marido consistían en cronometar al más rápido ordeñando cabras pero eran inútiles. Siempre ganaba Pepe: «Coge las tetas mejor que yo», falla Isabel. Por entonces, la cabrera extraía la leche a una piara de más de cien autóctonas andaluzas y alguna murciana. Ya no puede ordeñar.
Hace unos años los huesos de los pulgares de las manos se torcieron y deformaron en la misma posición en la que apretaban las ubres de donde salen entre dos y cuatro litros cada día, según edad y raza. A los ocho años comenzó a ordeñarlas con su padre mientras en casa cuidaba a los cinco hermanos pequeños con su madre. Nunca ha comprado un litro de leche envasada, yogures o quesos porque todo se hace en casa. Tampoco tuvo tiempo para aprender a leer y escribir pero habla muy claro. «Sesenta y cinco años tengo y en mi vida la he bebido y no la quiero. Prefiero no tomar café antes que beber leche de (caja de) cartón», determina, pues cree que las grandes compañías no manejan el producto como antes. «Eso no es leche ni es nada. Es el suero que queda después de hacer los danones, los quesos y las mantequillas. Es una bendición ver hervir mi leche y la nata que hay que retirarle».
El matrimonio Ruiz Morante vive en Arcos de la Frontera (Cádiz), desciende de sagas de cabreros y son padres de cabreros. Una de la cabras de la familia pasaba las noches atada a la pata de la cama del suegro de Isabel para asegurar el primer café manchado del día. En los años setenta a la ganadera le quitaban de las manos las botellas de leche recién ordeñada que vendía por las calles de Arcos y Medina Sidonia. También los yogures, el arroz con leche, las natillas y los quesos que elaboraba con la nutritiva sustancia.
En las últimas décadas la Administración ha ido aumentando progresivamente los controles sanitarios sobre las producciones ganaderas. José Carlos, el hijo de Isabel, desinfecta con detergentes específicos las pezoneras, válvulas, juntas y tapones de los colectores de las máquinas de ordeñar. «Estamos súper controlados», destaca el cabrero treintañero que pasó de chupar la teta materna a la de las cabras. «Mis padres, mis hermanos y yo hemos bebido directamente de las ubres. Los ratos de pastoreo se hacen entre las cuatro y las ocho de la mañana y cuando teníamos hambre o frío le dábamos un trago», ha recordado ayer mientras rellenaba los comederos con avena, guisantes y maíz.
A las voraces cabras de los Ruiz -ahora juntan más de 500 en varias piaras- les gustan las margaritas y las zullas y las matas de romero, lentisco, zarza, acebuches, olivos, encinas y alcornoques que decoran el paisaje. En verano, cuando la hierba afloja, se entretienen con la alfalfa que se apila en el cebadero. La producción ecológica de cada día acaba en la cisterna del camión del lechero después de pagar 53 céntimos por cada litro. La venderá en la cooperativa, donde se ofrece al por mayor para la producción láctea a gran escala. Finalmente, el consumidor pagará en el establecimiento 160 céntimos por el litro.
También el precio del grano de trigo ha subido en las últimas décadas, lo cual ha repercutido en el valor del pienso suplementario que tienen que comprar los Ruiz. Isabel también piensa que la agricultura de hoy está muy fertilizada, nada que ver con los tiempos de su padre: «Hoy ya no hay nada natural, ni la harina del pan sabe a nada. Ni nada de lo que tú veas. Ahora al trigo le echan veneno para matar las hierbas. Antes, mi padre, que en gloria esté, se iba cada día a quitar a mano las malas hierbas. La prueba es que el pan moreno no sabe a nada. No es humano lo que hacen con las cabras. Nos obligan a vacunarlas, ponerles microchip… ¿Dónde vas, cristiano? ¿De cuándo ha existido eso? Lo único que necesita la cabra es que la cuiden y la ordeñen. Buena comida y mucho monte».
Los cabreros de Arcos celebran la decisión del Gobierno de regular la venta de leche recién ordeñada para poner en valor las ganaderías de explotaciones ecológicas, a pesar de las advertencias de la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aeccosan) sobre los riesgos de exponerse a patógenos, lo cual Isabel no comparte. «Una vez que se cuece, está desinfectada. Otra cosa es que a una persona enferma de malta (brucelosis) no le caiga bien y se le reavive la enfermedad pero la leche de cabra o de vaca no transmiten nada malo», defiende a la vez que prepara café con leche recién extraída a la hija de Cuernecitos.
Si la tendencia a comer sano o «comer como antes», matiza Isabel, se extiende José Carlos sabe que tendrá que ampliar los conocimientos para competir en el futuro, dar el servicio de venta directa requerirá adaptarse. El campo pedirá más. Isabel lo recuerda: » Yo daría treinta años de los que tengo para volver al campo de los tiempos de mi padre, que mira que se pasaba hambre. Hoy no se trabaja por los animales, se trabaja por el dinero. Es avaricia y egoísmo. El domingo me levanté a la seis de la mañana y no paré de trabajar en todo el día a la edad que tengo. Yo se lo digo a mis hijos, la gente ahora solo quiere el dinero fácil y eso es muy difícil porque el dinero para conseguirlo hay que trabajarlo y eso se consigue pegado al cañón. Los 365 días que trae el año tienes que estar pegadito a las cabras».
El café fue un sabroso café.
Cuando te entren las calenturas malta te vas acordar del cartón, como mi hermana.
Más razón que un santo tiene la buena mujer hacen de nosotros lo que quieren nos van envenenando poco a poco en todos los sentidos no sólo alimentario no se valora nada lo bueno es más se alerta de su consumo y todos acojonados pero la solución no es volver 30 años atrás por que hay tantos interés que volvería a ser todo igual lo que hay que hacer es revelarse todos juntos ante la mierda de vida que nos han impuesto