Consejos hípicos orientales para ganar la Batalla del Guadalete
Las fuentes andalusíes recogen recomendaciones sobre el arte ecuestre que pudieron allanar la conquista y expansión de Al-Andalus
Buscaban caballos y yeguas vigorosas y ágiles que domaban con «dulzura y paciencia» en el arte del torna-fuelle
«Una traducción puede ser aproximativa pero la investigación debe ser igual al texto original», enseñaba el arabista y académico de la Historia, Joaquín Vallvé Bermejo, a los alumnos doctorandos. España es el país europeo con mayor número de manuscritos árabes originales, la mayoría por traducir. Vayamos con los testimonios cotejados sobre la Batalla del Guadalete, también estudiada como Batalla de La Janda.
Gibraltar, Tarifa y la desembocadura del río Barbate, año 711 de la era cristiana. La flotilla del conde Don Julián, el gobernador ceutí que cooperó en la entrada de los árabes en el decadente reino visigodo, recalaba con los primeros moriscos invasores. Obedecían a los gobernadores omeyas en el Norte de África, Tariq y Musa B. Nusayr, dinastía siria que, a su vez, huía del cuchillo de los emergentes abasíes.
Las legiones gaditanas de Don Rodrigo se sometieron al yugo islámico tras caer derrotadas con asombrosa rapidez ante las tropas musulmanas de infantería y caballería en el encuentro bélico que decidió el futuro de la Península Ibérica. La Batalla del Guadalete abrió en Al-Andalus una etapa de gobernadores (712-788) iniciada por Musa B. Nusayr, continuada por el emirato y califato de Córdoba (788-1031) y acabada finalmente con la caída de Granada en 1492.
La Batalla del Guadalete fue exitosa para el Islam pero, ¿cómo consiguieron cruzar el Estrecho los sementales que surtían las mezquitas para hacer la Guerra Santa? Puede que la respuesta esté por traducir pero, teniendo en cuenta que las escaramuzas se produjeron enseguida, cabe pensar que lo hicieran en estos pequeños barcos tripulados por el influyente cristiano Don Julián.
En la Batalla, el conocimiento del arte ecuestre de los árabes es evidente frente a los caballeros hispanos. También más riguroso, pues al saber griego, persa e indio incorporaron las normas hípicas introducidas por el profeta Mahoma en la religión islámica a través de sus dichos y sus hechos, el hadit.
Los soldados musulmanes que participaron en la ocupación desplegaron una estrategia militar ligera y violenta sobre el robusto ejército de armas de los reinos de Hispania, con vestiduras de malla, escudo, sentados sin remedio y dispuestos en legión.
La exótica equitación morisca, basada en la flexión de la pierna, facultaba al jinete para levantarse sobre la silla y enfilar al enemigo al galope. Podía dividir el pesado batallón y atacarlo por detrás con lanzas y puñales sobre veloces y fogosos caballos que permitían huir de la carnicería.
La infalible monta del estribo corto adquirida por la tribu beréber zeneta, origen de la palabra jinete, permitió a este pueblo apoderarse de Marruecos y acudir a defender el Reino de Granada en el siglo XIII. De ahí, que el arte ecuestre oriental estuviera prohibido hasta la llegada de Pedro I ‘El Cruel’ en el siglo XIV. Solo los nobles y los escuderos tendrían este privilegio.
La táctica militar torna-fuelle de atacar hostigando al enemigo y luego huir se incorpora a la tradicional con la llegada del Romanticismo. El ejército español se modernizó y conservó el conocimiento ecuestre oriental que hoy es la base de la cría y el deporte hípico en Europa.
La profesora de Filología Árabe, Teresa Sobredo Galanes, alumna de Vallvé Bermejo, ha investigado y cotejado numerosos textos ecuestres en busca de evidencias que pudieron favorecer el avance del Islam en la Península Ibérica. La obra más completa encontrada en la materia está fechada en el siglo XII y la firma el agrónomo almohade Ibn Al-Awwam, El Sevillano, El Libro de la Agricultura (Frankfurt, 2001). Aunque para ser exactos -precisa Sobredo- «sería conveniente cotejar las crónicas andalusíes con las de los reinos peninsulares para estudiar una evolución más detallada de las diferencias hípicas entre ambos imperios».
El caballo de batalla come antes que el soldado
El caballero de todos los reinos peninsulares era un hombre de armas, con recursos para poseer y mantener una ganadería de cien caballos y un estandarte propio. Los rocines del rey gozaban del cuidado de mozos y trabajaban con los soldados del rey para defender y conquistar territorios.
Sin embargo, en Oriente, con los recursos donados por las fundaciones islámicas, las mezquitas adquirían yeguas y sementales con los que los pueblos nómadas emprendían las cruzadas. Según las mismas fuentes, ninguna otra posesión del hombre árabe merece tanta dedicación como el caballo, a quien alimentaba, antes que a sí mismo después de la batalla.
Trabajo sin fatiga ni heridas
Los árabes sabían que un trabajo excesivo del caballo podía muy bien ser el motivo de la fuga del animal. El adiestramiento equino, resalta Sobredo de Ibn Al-Awwam, comenzaba a los tres años de edad, cuando el caballo rebosaba energía. Lo habituaban poco a poco a los arneses (silla y riendas), sin dejar heridas, y practicaban la doma “con mucha dulzura y paciencia en las mañanas». Una vez domado, convenía montarlo cinco horas, dejarlo descansar y nunca hacerlo trabajar más de quince horas. Para ello había caballos de reposición, apuntó el escritor almohade.
Después de sudar, manta y revolcadero exterior
Terminada la faena, el caballero, según las recomendaciones hípicas andalusíes, debía encargarse de su caballo quitándole el sudor y cubriéndolo luego con una manta. El semental y la yegua disponían de revolcadero en el que descansar al aire libre para no olvidar su naturaleza animal. «El dueño del caballo es el ojo de su caballo, de noche y de día, el que lo examina en todo momento (pies, herraduras…)”, recoge un dicho árabe.
Rosas para curar y vigor para criar
Los musulmanes, a través de la cultura griega, tenían remedios para las dolencias del caballo. Al-Awwam relata que el conquistador y gobernador Musa B. Nusayr pulverizaba un líquido de las hojas frescas de rosas sobre el ojo del equino y éste recuperaba la facultad de ver.
El apareamiento debía producirse entre los tres a cuatro años mediante una selección de las características equinas idóneas. Como, por ejemplo, que el caballo fuera joven, de origen árabe y de movimientos no bruscos. Además, debían ser vigorosos ambos, la yegua y el semental, a los que convenía, en esta fase, alimentar muy bien con pastos.
Acostumbrar al caballo al estribo corto
El caballero visigodo -también, el castellano- montaba sujeto a la brida con una armadura pesada y estribo largo que lo inmovilizaba. Para subir al caballo necesitaba un mozo y un escudero. El jinete árabe era más autónomo desde el momento que acostumbraba al caballo a sentir los estribos cortos, lo que «facilitará al caballero sentarse bien hacia atrás y permitirá al caballero deslizarse bien sobre la silla cuando marchase o saltase».
El jinete debía montar con la ropa de equitación bien dispuesta sobre el caballo, sentir bien los talones para impulsar el caballo a correr (trote y galope) y no dejarle parar en esos aires, principios actuales del deporte ecuestre. Debía asegurar una silla cómoda, la buena acción de los talones y pantorrillas para disponer de una lanza ligera sobre el pie derecho y saber medir bien el terreno para ejecutar bien los ataques y retiradas, evitando así los accidentes.
¿Caballeros castellanos en el 711? Castilla no existía entonces, por lo tanto tampoco los castellanos, como mucho, visigodos o hispanorromanos. Las naciones aún no habían nacido. O
Totalmente de acuerdo. El ejercito al que se enfrentaron era visigodo, apoyando a otro ejercito visigodo, en lucha fraticida por el poder peninsular. Además el sur de de la península y el norte de marruecos habían estado bajo dominio de bizancio desde mitad del siglo VI, así que tenía menos influencia visigoda , ya de por sí mínima por no querer este pueblo mezclarse con los hispanorromanos.