4 grandes cualidades que definen al caballo rociero
El caballo rociero carece de raza propia, tiene temperamento y es dócil. En general, va guiado por un jinete con ‘sentido vaquero’
A diferencia de otros deportistas equinos como el bailarín clásico o el saltador, el vaquero es un caballo que no cuenta con un prototipo racial definido, carece de raza propia o mayoritaria. La doma vaquera es aquella que basa el adiestramiento del caballo en las labores ganaderas y agrícolas, por lo que requiere de condición física y carácter más que de pureza o pedigrí. El caballo vaquero es el más abundante en la peregrinación del Rocío, acontecimiento que está efervesciendo en estos días de Pentecostés. En el origen, eran animales trabajadores, jornaleros del campo que desayunaban una buena ración de pienso a las cinco o seis de la mañana para volver a la cuadra a las ocho de la tarde después de una jornada kilométrica y dedicada al hombre, al jinete, que se sienta en silla vaquera y guía al animal con un freno de forja y cabezada de cuero. En la actualidad, la doma se imparte en una pista delimitada y son pocos los caballos que viven dedicados a las tareas ganaderas. La crianza del toro bravo ayudó a la aparición del caballo vaquero y sus característicos ejercicios (parada a raya, piruetas o medias vueltas vaqueras) y obligó al jinete a seleccionar ejemplares con temperamento y nobleza para acabar con éxito el exigente trabajo diario. Un buen caballo vaquero puede echarse al lomo diariamente más de treinta kilómetros si descansa, se alimenta y se hidrata con rigor. Los aficionados a la disciplina y sus vertientes no señalan un patrón racial único porque el caballo vaquero es un conjunto de grandes rasgos físicos, funcionales y psicológicos que aquí explicamos para que lo puedas distinguir en el camino a la aldea almonteña, romería que hereda el estilo vaquero directamente de las costumbres y tradiciones andaluzas.
La raza del caballo rociero
La mezcla de diferentes sangres es el perfil preferido por los jinetes de doma vaquera, los jinetes vaqueros, aunque hay deportistas que han encontrado en razas puras como la árabe, la inglesa o la española al aliado perfecto. Si la genética se alinea en beneficio del jinete, este prototipo se convierte en el único capaz de actuar con seriedad en varias modalidades ecuestres, en el más versátil y polivalente. En un transformista. Puede ganar pruebas de doma, salto, concurso completo e incluso volteo y enganches a un nivel intermedio y también está capacitado como ninguno para participar en ferias, romerías, pruebas de resistencia, rutas ecuestres y carreras de corta distancia. Además, el caballo vaquero es la opción más fiable para el jinete profano y propone nuevos desafíos al jinete avezado. Es aquel que pueden disfrutar todos los miembros de la familia. Pero no sirve cualquiera.
El caballo cruzado que desempeña un papel vaquero debe fusionar los mejores atributos de las razas puras que respaldan su genética. Entre las diferentes uniones, una mayoría prefiere el hispanoárabe, mezcla que aporta la fortaleza de la sangre española y la resistencia y agilidad de la árabe. El anglohispano conseguirá aligerar la masa del caballo español, convirtiéndolo en dócil y flexible, mientras que el angloárabe, que ha aportado grandes figuras a la disciplina, además de ser bello y esbelto tiene aguante y sangre para las embestidas. Es una opción fenomenal si los rasgos árabes también predominan en la personalidad, que es dócil y amigable. Y el hispanoangloárabe es «la mezcla perfecta», dicen de este último quienes lo prefieren porque resulta ser un caballo resistente, entregado, bueno y guapo.
La apariencia vaquera
El envoltorio del caballo de campo, el más apropiado para el reto de la peregrinación, define una silueta proporcionada. El aspecto no está registrado ni escrito en los tratados de la disciplina pero las regiones de su morfología no deben ser inconexas. El cuello de un caballo de campo es fino y adecuado a las dimensiones corporales; de este modo, ayudará en los ejercicios de mayor esfuerzo. Un lomo plano, corto y poderoso permite soportar el peso del jinete, que va sentado en una montura de 25 kilos, y una grupa fuerte y rebajada revela la cilindrada del motor natural del animal, que es capaz de parar con facilidad y equilibrio debajo de su centro de gravedad y de moverse con flexibilidad en cualquier dirección.
Un ejemplar con ‘sentimiento vaquero’ es aquel que se caracteriza por su docilidad, valentía y facilidad para aprender a trabajar en el campo con el ganado bravo o las tareas agrícolas. El caballo de trabajo avanza normalmente al paso, un aire natural que desarrollará sin esfuerzo si es fuerte, ágil y flexible, cualidades que le permitirán trabajar y descansar sin lesiones y soportar los momentos de tiempos muertos de la cabalgata. En definitiva, el campero es un caballo fiable.
Casi siempre es un castrado
Tampoco esta cualidad es misa. El caballo vaquero puede ser un animal con todos sus atributos pero lo cierto es que la mayoría de los profesionales del trabajo de campo están castrados, condición que no varía el temperamento ante la presencia de las yeguas o de otros machos. Digamos, que el caballo castrado está concentrado en el trabajo cuando está trabajando. En el listado de caballos vaqueros famosos, destacan machos como el puro inglés Malandrín, el tres sangres Jaleo o el angloárabe Mandanga, y yeguas sonadas como la española Centenaria y las cruzadas Enamorada y Turronera, todos ellos campeones de España de la modalidad. Una de las hembras vaqueras más famosas de todos los tiempos es Espléndida, de Álvaro Domecq, que cuenta con barriada propia en Jerez de la Frontera.
Tiene un jinete responsable
Según los expertos en adiestramiento equino, el caballo puede estar triste, estresado, angustiado o alegre en función del manejo y el contacto que el jinete o la amazona establezca con él. Humanizar al caballo no es una mala idea, dicen los veterinarios. El conjunto alcanzará altos niveles de corrección en el desarrollo de los ejercicios con un jinete entrenado, preparado para la larga cabalgada y sensible con el compañero de jornada. Por eso, hay jinetes que intentan evitar al caballo situaciones poco deseables, como avanzar por la arena seca y suelta, que conlleva mayor esfuerzo. El buen jinete ahorra gasolina, energía y fuerza de su montura, facilita los tiempos de descanso y respeta los límites de las capacidades del caballo, que camina mejor sin serreta en la nariz, espuelas que acaban haciendo sangre en los costados ni frenos rígidos con grandes palancas. La sutileza es el camino hacia el control absoluto del caballo.