Angulas al aguardo
Emboscada policial al furtivismo en el Guadalquivir durante el temporal Emma. Desde 2010 la Guardia Civil ha atrapado media tonelada de alevines con destino a Asia. Hay 25 investigados pero calculan que la pesca ilegal sostiene a 200 familias en Andalucía
El aguacero que barruntaban los ranos de Venta Tarfía (Lebrija, Sevilla) comenzó a descargar a la una de la madrugada y no paró hasta el amanecer. La borrasca vigorizó el oleaje de la pleamar en todo el tramo navegable del Guadalquivir en la madrugada del pasado viernes, noche de luna llena, dándose así la combinación meteorológica idónea para cazar angulas, el alevín endémico de los ríos europeos que está en peligro crítico de desaparecer en las aguas del río andaluz, donde nada el 2% de la población deseable.
Ocho vehículos oficiales con 26 agentes de la Guardia Civil -8 del Servicio de Protección de la Naturaleza y 18 de la Unidad de Seguridad Ciudadana de la Comandancia de Sevilla- se alinearon despacio y sin luces en los caminos de ambas orillas. El vehículo del jefe del Seprona de Sevilla estacionó junto a los dos únicos coches que había en la zona: una deteriorada furgoneta C15 y un avejentado Citroën Xantia. Cerrados y nadie en el interior. Los agentes los exploraron con linternas a través de las ventanas: artes de pesca, espuertas de goma, zapatos, ropa de agua y un cedazo de adorno colgando del retrovisor. «Esperaremos; parecen furtivos», concluye.
Pocos minutos después se oyó el motor de una barca acercándose desde aguas arriba. Pasó por delante del dispositivo y se detuvo unos metros al sur. Entonces se escucharon las voces de dos hombres: «¡Oleajeee…! ¡La olaaa…!». El sargento explica que parece el trajín propio. «Si están pescando angulas, en estos momentos están colocando la red de persiana en un punto y cuando terminen irán a otro a poner una segunda arte de pesca. En el momento en que la marea empiece a entrar, recogerán. Eso será en dos horas, a las 3:51 de la madrugada». El motor arrancó y la barca pasó otra vez por delante de la Operación Certif.
A las 4:05 de la madrugada, el sargento y otros cuatro guardias civiles camuflados volvieron de la orilla con los dos hombres que hablaban en la barca. Todos estaban calados de agua y llevaban linterna en la frente. Llegados a los coches, el jefe del Seprona habló: «Enséñele a los compañeros la identificación del vehículo, por favor». El hombre mayor, de unos 60, soltó una garrafa naranja y se sacudió el agua de las manos. En el registro del maletero apareció una navaja. «Es muy grande. ¿para qué la quieres?», preguntó el guardia. «¡Hombre, estamos todo el día alrededor de esto!», razonó, y se agachó en la oscuridad para recoger del suelo un colador verde como los que se usan para coger angulas. «Esto es de la niña, ¿me lo habéis tirado aquí?», les reprochó a los policías. «¿Y quién es él?», prosiguió la autoridad, refiriéndose al acompañante, que abría la guantera del otro coche. «Ese es mi sobrino», dijo. «¿A qué se dedica usted?», quiso saber el sargento. «¿Yo? De, encofrando».
De este modo, en el lugar de origen, y unos peldaños más allá en la estructura mafiosa de la pesca, transporte y comercio clandestino de la angula han apresado en la provincia de Sevilla cerca de media tonelada de ejemplares desde 2012, una cifra que se multiplica desde que en 2010 se prohibiera como especie pesquera en el Guadalquivir. En Valencia y Cataluña la pesca está restringida pero sigue siendo legal. El año 2017 se cerró con 18 delitos y fueron investigados 26 detenidos, según el recuento aportado por el Seprona. No están todos los que son. Las autoridades sevillanas calculan que alrededor de la pesca ilegal de la angula se alinean unas 200 familias vecinas de varios municipios. Al pescador furtivo de esta zona le da lo mismo si los 200 euros que caen la noche del aguacero son por un kilo de angulas o por camarones y cangrejos. Hay pocas alternativas y el encofrado no crece como antes.
«¿De dónde vienen a estas horas?» era la pregunta que le faltaba por hacer al sargento. «De cambiar las barcas de sitio», contestó convencido el interrogado. «¿En una noche como esta?», insistió el agente, que no encontró un solo gusano. «Suelen tener viveros escondidos en el río. Los guardan para venderlos después a un intermediario», reveló el director del operativo. Y dejó marchar a los dos hombres.
Una noche parecida de hace un año, un perfil similar al de la madrugada del viernes cargaba con 400 gramos de angulas. Los agentes lo denunciaron por delito de pesca ilegal de especies protegidas y el acusado está pendiente de juicio. La sentencia acabará con una multa económica y la pérdida de la barca, garrafa, gasolina, redes, cubos y el cuchillo.
Un día después de la Operación Certif, la Guardia Civil capturó y devolvió al río 18 kilos de angulas que buceaban en dos maletines de oficina cuando iban a subir a un avión comercial en el aeropuerto de Sevilla con destino a Shangai, donde las engordan hasta que son anguilas. Entonces las filetean en restaurantes para clientes con alto poder económico. 7.000 euros el kilo. Los gusanos son invisibles para el escáner de los aeropuertos.

