¡Al desorden, mi jinete!
Los 300 agentes de la Policía Nacional nacen en la Yeguada Militar y se entrenan en simulaciones de bronca diaria en las unidades de Madrid, Valencia y Sevilla. El escuadrón más antiguo y violento del catálogo defiende su utilidad. Andalucía necesita refuerzos
Las bolas de goma maciza que reparte la escopeta adaptada y los gases lacrimógenos no consiguieron intimidar a la euforia amarilla en el puente José León de Carranza y la unidad de antidisturbios de la Policía Nacional tuvo que replegarse por el enorme callejón. Los cadistas marchaban apelmazados y sin cordón de seguridad alrededor del autobús del club desordenando el orden público, le arrancaron una puerta y los cristales se dispersaron por la multitud en forma de metralla. Al chófer no le hizo gracia entrar en la ciudad de la risa. El derby Cádiz Xerez es un partido expansivo.
Fracasado el plan, el dispositivo de seguridad tuvo que movilizar al comando más violento del catálogo: el Escuadrón de Caballería. El día del partido se desplazaron casi cien pero bastaron siete sementales tordos para escoltar a los jugadores al paso retrotado. Lo resolvieron en menos de cinco minutos y sin un tiro de goma, con la soltura y la fuerza bruta de los pura raza de Yeguada Militar. Si el soldado nace castaño o negro se reservará para acontecimientos especiales, como los encontronazos con los hooligans o las cabalgatas de reyes magos que aglomeran a un millón de almas. «El caballo oscuro asusta más», dice Pedro González Almansa, el jefe de Andalucía, que desmonta un mito: «Los partidos de fútbol más tensos no son los clásicos sevillanos sino los gaditanos. El Xerez y el Cádiz rivalizan mucho más que el Sevilla con el Betis, sobre todo desde la actual ley del deporte y la muerte de Antonio Puerta hace diez años, que cohesionó al fútbol sevillano. Afortunadamente, las aficiones gaditanas ahora no se cruzan por estar en ligas diferentes porque para el Escuadrón son los enfrentamientos más temidos del servicio».

En realidad, el caballo nace con el mismo miedo genético que el miedo que provoca galopando hacia la gente aglomerada pero el inspector conoce el botón para desactivarlo. «Hace veinticinco años que aplicamos técnicas de manejo racional con el caballo. En una situación de estrés, el jinete puede acariciarle el cuello pero lo justo, dos segundos, porque un exceso estaría aprobando su inquietud y eso sería negativo para el servicio. El animal tiene que trabajar convencido, con corazón y dispuesto para lo que se le pide».
Un caballo policía genera ante la multitud el mismo efecto que veinte agentes a pie armados hasta los dientes. El principio de proporcionalidad recomienda intervenir con una docena de caballos en un partido de alto riesgo y con medio centenar si la bronca se arma en un derby. Para una boda real harán falta sesenta agentes montados vestidos de gala y para una cumbre de Estado o una manifestación agitada el comando la formará un centenar de agentes protegidos con casco de orden público. Las chispas que prenden en el asfalto las vidias de las herraduras en acción y la evidente superioridad de un batallón al galope sacuden el suelo con la fuerza del miedo hasta que el bloque de revoltosos se fragmenta en grupos manejables de quince o veinte personas. «Divide y vencerás», parafrasea un agente de la unidad de Andalucía. Alcanzado el objetivo, el escuadrón se repliega al trote para que actúe el plan antidisturbios, que ahora es capaz de mantener roto el piquete. «Para el Estado es rentable contar con varias dotaciones a caballo porque ahorra personal en otras unidades especiales. Nuestra primera función es disuadir, prevenir el delito y el desorden, fuera y dentro del área metropolitana. Allí donde hay agentes a caballo no hay diligencias», presume Almansa.
Rescate de riesgo
En Badajoz, el antojo se impuso al orden urbanístico en el Cerro de los Reyes dando como resultado un montón de calles irregulares en las que vivían familias humildes. Un día de noviembre de 1997, al poblado le cayó un estacazo de agua de más de cien litros por metro cuadrado en pocas horas provocando la repentina crecida del Rivilla y el Calamón, dos inofensivos afluentes del Guadiana. La riada se llevó por delante todo lo que encontró a su paso y dejó tras la evaporación un reguero de veinte personas muertas y una mujer todavía desaparecida. Los cadáveres encallaron en lugares enrevesados a los que solo pudieron llegar los hombres de Almansa: «Ibamos localizando cuerpos y movilizando a la unidad aérea. Cuando llegó el helicóptero, los caballos rompieron asustados bruscamente la formación por el ruido de las aspas. Tuvimos que hacer un ejercicio de doma express hasta que estuvieron confiados y seguros y conseguimos colocar la nave encima de nuestras cabezas».

La barricada
En la entrada a la pista cubierta del centro de entrenamiento policial de Andalucía se amontonan naranjas verdes y botes de humo. Los primeros policías vestidos con pantalón azul y botas de montar de piel negra entran sin caballo y ondeando grandes banderas de pintorescos colores. Algunos se guardan una pieza de fruta y otros cogen la munición. El grupo avanza y al cabo de un rato la formación de once poderosos caballos blancos está arrinconada en un lateral de veinte metros. Un tiro es liberado al aire y a la manada se le encoge el corazón. Ahora se descarga una desagradable pitada con bocinas y la fila empieza a hervir. El tercero por la derecha es Gestor, hijo de Ares y Uvelinda. Un primer naranjazo le da en la cara. Aldebarán está al lado, otra naranja dura impacta en el amplio pecho. Por la izquierda hay humo y estrés en toda la fila. Los pies de los caballos patalean en un piaffe a punto de estallar. «¡Cargaaaa!» Comienza la ofensiva y la caballería disuelve al galope al grupo de policías que falsea la protesta. En la protesta real, la artillería no será humo de bote sino petardos y cosas que arden ni fruta inmadura sino botellas rotas de cristal. «En alguna ocasión hemos tenido que retirar a un caballo en plena movilización por recibir un botellazo certero en una pata. Ahora, llevan protecciones mejoradas en la cara y las extremidades».
Para que un caballo no pierda la compostura en una barricada hay que llevarlo a las manifestaciones desde que es un adolescente. A los cuatro años, el potro militar de Jerez o Córdoba estará formando filas en el Cortijo de Cuarto de Sevilla y descomponiendo grupos grandes en el Ramón Sánchez Pizjuán con una doma todavía en pañales. «Los jóvenes salen a la calle a los pocos meses de su adiestramiento protegidos por compañeros domados y experimentados que los guían y tranquilizan». El caballo español responde con rapidez y nobleza a lo que se le pide y es muy fácil de montar. «Los seleccionamos por el físico y la funcionalidad, porque van a ser policías», explica Almansa.

Las súper células educadas para maderos del siglo XXI son los residuos de la camada militar que esconden joyas que no se tallaron para el deporte. Los primeros funcionarios que eligen potros del Estado son los jinetes de la Guardia Real, que escogen 110. Después, la Guardia Civil, que se adjudica 120 jacas. Y, en tercer lugar, elige Pedro González Almansa y su equipo, que cuenta con 90 jinetes y 75 caballos en un catálogo incompleto. «Nos faltan agentes, 15 caballos y 12 jinetes. Esperamos actualizarnos pronto porque hay mucho trabajo». Los animales parecen clonados incluso fuera de servicio. «Los domingo, después de un fin de semana de trabajo duro, se pasan tumbados al aire libre casi todo el día. Las manifestaciones son estresantes y agotadoras».
Agentes en la reserva
Mercedes (39 años) es policía nacional y tiene un caballo de noble pedigrí para toda su vida profesional. Mercedes podría haber cuidado del agente en la reserva hasta el final de sus días. Así lo decretó el Estado en el siglo XIX, cuando se estructuró el escuadrón como Celadores Reales o Reserva del Mando. El celador -el agente- poseería al compañero de patrulla hasta la muerte. En 2016 el Gobierno rompió el vínculo. El caballo que se retira se vende, se devuelve o se liquida.

Por las mañana, Gestor se desayuna una buena ración de pienso compuesto y la mejor alfalfa, espinacas para la emboscada. Cepillado, ensillado y protegido hasta las cejas, la patrulla sube al camión policial con destino a un distrito de la capital andaluza. Hoy toca la fotográfica Plaza de España, donde suele haber tirones de bolsos y robos de cartera cuando los agentes no rondan por el parque. Mañana recorrerán los recovecos del barrio de Santa Cruz, muy atractivo también para los malos cuando las autoritarias herraduras no resuenan en los adoquines. Y pasado tocará El Vacie, un barrio lleno de problemas. «No hay barrio malo o bueno. En todos pueden haber delitos pero cuando el Escuadrón aparece todo está tranquilo. A veces pedimos documentación y hay momentos de persecuciones pero lo normal es que no pase nada y ese es el éxito de la unidad. Los comerciantes nos agradecen la presencia, los colegios se interesan por nuestra actividad, hacemos exhibiciones, ayudamos a los agentes locales en las ferias de Andalucía, en las romerías, con las asociaciones de personas con discapacidad, formamos a agentes de otros países… En fin, trabajamos cada día para demostrar la utilidad de un Escuadrón siempre cuestionado», lamenta Almansa.

Estupendo artículo, muy interesante!!
Los caballos, se venden, se devuelven o se liquidan.. es decir se sacrifican… he visto sacrificar caballos que podrían haber sido cedidos. Despues de la utilidad, la muerte. los cuerpos del estado deberían hacerse cargo del retiro de caballos y perros policia, o por lo menos buscar una salida digna despues de haber servido de ayuda durante su vida util.