Belinda Braithwaite junto a uno de sus caballos, este lunes. Fotograma del vídeo de la noticia.

La chica, el caballo, el perro y los 3.000 kilómetros a París

La británica Belinda Braithwaite recuerda en su casa de Tarifa (Cádiz) el periplo ecuestre de 1985. El doberman y el corte de pelo no evitaron que la atacaran tres hombres en el camino

La primera descarga de adrenalina que experimentó Belinda Braithwaite en el mundo del caballo ocurrió cumplidos los 10 años y no la causó una carrera de purasangres en Newmarket (Inglaterra), el destacado municipio ecuestre en el que creció. En el camino hacia casa, el caballo que tiraba de la carreta en la que circulaba con sus primos, su tía y su madre se desbocó. Durante la galopada la familia se agitaba en el interior del carruaje mientras la madre luchaba contra la boca del caballo. Las riendas no respondieron al entrar en la cerrada curva del camino: «¡Todos a la izquierdaaa…!», ordenó para evitar el vuelco. El siguiente obstáculo era el ferrocarril. Había pocas opciones si se conocía que quien galopaba era un valiente y testarudo poni de competición: o saltaba la conductora para agarrar el freno por la cabezada o era el poni el que lo haría sobre las vías del tren. «Y mi madre saltó y consiguió reducirlo a pocos metros del peligro. Parecíamos romanos en la cuádriga», recuerda Belinda con una amplia sonrisa.

 

Cerca de Ronda, cumplidos los 21 años, la aventurera se enfrentó a otra huida en la recién estrenada excursión en solitario Sotogrande-París. Era mayo y faltaban cuatro meses para cruzar a caballo el Arco del Triunfo. La joven eligió para pasar la primera noche el que consideró un buen sitio en el horizonte: una casa, animales y un prado amplio con árboles para atar al caballo y al perro mientras se presentaba a los propietarios. Pero el propietario no esperó. Cuando Belinda se dio la vuelta para caminar hacia la casa el parroquiano llegaba para engancharla por los brazos y avalanzarse sobre ella. La corta distancia que los separaba permitió que la patada que recibió en los testículos fuera certera y de dolor agudo y prolongado, dando tiempo a la chica a desatar a los animales, montar y huir. «Después de sentir que ese hombre pudo estrangularme y deshacerse de mi, encontré una posada muy original que nunca olvidaré. Abrió la puerta un hombre mayor que casi llora de la emoción cuando nos vio. La cama de Dragón estaba cubierta de paja que olía a vieja, como si llevara mucho tiempo esperando al primer cliente, que debíamos ser nosotros. Era una situación triste». En Ronda también conoció a un desbravador local vestido con traje de corto. Moreno y con patillas de bandolero. Caballo blanco de crin larga. Suena a tópico. «Sí, es verdad, pero existía esa atracción entre mujer extranjera y jinete andaluz. Aquel hombre era muy atractivo y sabía de caballos», rememora. Después de pasar tres días viendo los entrenamientos de rejoneo en la plaza de toros de Ronda, la británica continuó con el rumbo establecido: una línea recta de 3.000 kilómetros que trazó con una cuerda en un mapa de España y Francia.

El caballo y el tren

En la provincia de Jaén se liberó más adrenalina. Sucedió cerca de Bailén, al salir de un túnel ferroviario que la amazona usó de atajo para ahorrar kilómetros de carreteras y caminos. Tres operarios que en esos momentos trabajaban en el interior dieron la voz de alarma: «¡El treeeeen!». Belinda, que no sabía un vocablo en español, pensó: «Tren sounds like train…». Y empezó a trotar sobre los cantos sujetan las vías. Una vez en el exterior podría cabalgar a campo abierto pero lo que encontró fue un precipicio, así que decidió esperar sobre el caballo.

El hispanoárabe de cuatro años que encontró en la escuela hípica de Sotogrande solo estaba desbravado cuando lo eligió pero Mariano Núñez, el amigo local que la introdujo en el sur de España, opinó que poseía la silueta y el metabolismo adecuado para aguantar hasta París durante los meses de verano español. «Un purasangre no hubiera llegado a la primera noche», apunta la amazona. En La Carolina durmieron en una pastelería y Dragón pasó casi toda la noche comiendo pan y pasteles que el pastelero pensaba tirar. Había días que no comían y otros que bastaba con las hojas que se descartan de las lechugas. A Boris le buscaban los despojos en las carnicerías pero acabó aborreciendo los pulmones y los hígados de otros animales. El potro aguantaba la sed. Incluso, el peor de sus miedos: el tráfico. Las vías del tren en Bailén comenzaron a vibrar y el caballo, el perro y la amazona se encogieron hasta que pasó el convoy y el ruido de su bocina. «Pasó a tres metros. Fue una aventura emocionante», resume.

Perro hace autostop

En Lucena (Córdoba), un caballista octogenario le cambió la silla militar africana que había colocado al caballo por una potrera española. «Todo fue más cómodo para Dragón y para mí. Ese hombre era un gran maestro. Dejé gran parte del equipaje, la tienda de campaña y las alforjas grandes de cuero que traje de Sudáfrica». En Valdepeñas (Ciudad Real) hacía calor cuando el perro dejó de caminar. Tenía las almohadillas de las patas deshechas y todos los conductores que paraban se negaron a dejar atado al perro kilómetros al norte. Unos chicos se ofrecieron a llevarlo en el coche, con una condición: el perro y la chica. «Tuve que dejar al caballo atado, llevar al perro hasta una gasolinera, curarlo y dejarlo allí atado, volver a hacer autostop hasta el caballo y seguir hasta la gasolinera».

Un corresponsal de Daily Mail esperaba en Jaca (Huesca) a la británica, el hispanoárabe y el perro alemán para llevar una crónica exótica a la capital inglesa. Para entonces, Belinda tenía contenido para relatar y publicar en el libro The girl, the horse and the dog: «Me había cortado el pelo como un hombre después de la primera agresión pero a esas alturas del viaje lo peor no fue eso. El gran problema fueron las herraduras. No era fácil encontrar herradores en el camino y el exceso de asfalto dejaban al caballo y a las herraduras muy desgastados. En esa época solo los militares podían herrar caballos. En Andalucía conseguí el contacto y así pude llegar hasta Francia».

En Francia le atacó el segundo hombre. Estaba dormida en la habitación de la casa de campo donde vivía una familia joven cuando la mujer y los dos hijos pequeños la despertaron para despedirse. «Nos vamos a casa de un familiar, dijeron». Eran las cuatro de la madrugada cuando se fueron. Diez minutos después, el marido entró en la habitación sin más ropa que una camiseta y se lanzó sobre la cama. Belinda agarró una de las botas que había dejado a los pies de la cama y lo golpeó con el tacón en la cabeza hasta que se apartó y huyó de la habitación. Al perro le prohibieron dormir dentro de la casa. «Encontré al marido en la cocina y me rogó que no dijera nada a su mujer. Le dije que lo haría si llevaba al perro en la furgoneta hasta el siguiente pueblo y dijo que no. Entonces esperaré y lo contaré, le dije. Al final lo hizo y salimos de allí».

Galopando a París

Los arcenes de las autovías que llevan al centro de París son anchos y de raigrás. El único secreto para que la policía no detenga y sancione una galopada por la hierba era «sonreir». El disimulo llevó al pintoresco trío al Arco del Triunfo, donde a punto estuvo de atacarla un tercer hombre. El padre de Belinda abortó el desenlace porque esperaba con el remolque del caballo. «Fue llegar y volver. En el centro de París sigue prohibido montar a caballo y podían multarme en cualquier momento», explica Braithwaite, la mujer que cree que hacer turismo es conocer el mundo rural y sus gentes. ¿Y cómo era la España rural? «Solidaria y amable». ¿Y cómo es ahora? «Como todos los pueblos, va perdiendo la inocencia», concluye en su cortijo de Tarifa (Cádiz), donde vive desde hace más de treinta años.

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