Juani Moreno de la Cova, jinete antes que cartujo
El último prior de la Cartuja de Jerez rechaza esta entrevista ecuestre: «El palmarés fue muy pobre», explica por email desde Corea del Sur. Pero no fue así. Dice que la afición a los caballos está «en el congelador»
En las señales que hizo Juan María Moreno de la Cova Maestre (Sevilla, 1949) cuando empezó a ponerse místico en los años setenta había una justificación ecuestre, de ahí que la mayoría en su entorno se sorprendiera el día que el primo Miguel arrancó el R5 rojo para llevarlo a la Cartuja de Jerez. Allí lo soltó para siempre después de celebrar la Feria de Sevilla de 1977. Su padre se hubiera disgustado de haber marchado antes. Al exalcalde de Sevilla, Félix Moreno de la Cova (1911-1999), le gustaba rodearse de sus hijos en la que consideraba la semana grande del año.
Desde ese día es Fray Pedro María Moreno de la Cova, el último prior de la Cartuja de Jerez y primero de la Cartuja de Corea del Sur, un sencillo y aislado complejo de barracones prefabricados con celdas y huertos individuales planificado y estrenado por el monje (diplomado en ingeniería técnica agrícola por la Universidad de Sevilla) en 2002, tras abandonar el monasterio de La Defensión por la reestructuración de la orden religiosa.
Los actos de pobreza y austeridad que exige San Bruno (fundador de la Orden de los Cartujos en el siglo XI) guardan relación con los exigidos por Junco, el fabuloso potro de carreras que el fraile compró en Los Alburejos cuando era un joven veinteañero con más seguidoras que feligresas. «Tenía mucho tirón entre las mujeres porque estaba delgado y era muy guapo, lo tenía todo, pero siempre ha sido muy tímido. Muy formal. Todo sucedió sin que nadie se diera cuenta», recuerdan en el círculo sevillano del prior.
El purasangre se adaptó felizmente en La Vega, la finca en Peñaflor (Sevilla) en la que crecían los afamados toros bravos y caballos de sangre inglesa del hierro familiar. El jinete olvidaba la vergüenza entrenando diariamente al animal que le ha dado la gloria en la tierra, numerosas carreras ganadas en el hipódromo del Real Club Pineda, incluyendo el Gran Premio Real Maestranza de Caballería de Sevilla, uno de los encuentros más exigentes del turf nacional: 1.800 metros lisos de galope. «Los caballos que tuvo no estaban mal pero ninguno fue tan brillante como el que compró a Álvaro Domecq y Díez. Con Junco ganó premios importantes: el caballo galopaba muy bien pero él era un gran jinete», apuntan veteranos del hipódromo sevillano.

El jockey Juan María, Juani para el entorno familiar y ecuestre, aprendió a respetar los tiempos de descanso del caballo de raid, disciplina desconocida en la Andalucía de la época. Entendió que la resistencia se consigue con caballos austeros y moralmente altos. Ganó pruebas extremas de raid, velocidad y doma vaquera. Fue un jinete virtuoso que encontró placer en la exigencia. «El niño solo come una vez al día», informaba la cocinera en casa de los Moreno de la Cova. «Eso es por los caballos, tiene que mantenerse delgado para correr», daban por hecho en el comedor.
Le gustaba reírse de lo absurdo y le atraían la literatura rusa y las conclusiones de Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Nada parecía raro en el seno de una familia lectora de filosofía. «Primero fue lo de comer poco. Después se dieron cuenta de que dormía en el suelo. Al principio solo ponía el colchón, debió ser para probar, pero más tarde se echó la manta. Así estuvo cerca de dos años. Se descubrió que sus viajes a Tánger eran, en realidad, a la Cartuja de Jerez».
Moreno de la Cova se despidió de todos y de todo en Peñaflor, excepto de las botas de montar de piel de ternera. Con ellas cosió varias suelas de sandalias con las que anduvo tirando años de aislamiento clerical. Las oraciones y los escasos pero obligados actos sociales extramuros del prior han empezado a dar frutos en un contexto histórico en el que la fe religiosa no deja de crecer en todo el mundo, según publica el diario británico The Guardian en una noticia reciente. En estos 16 años se han sumado 18 nuevos monjes al proyecto cartujano de Corea del Sur. Y todos son coreanos. «Es un gran logro si se tiene en cuenta que está en un país mayoritariamente budista, donde el Cristianismo no está arraigado como en Europa. Si vienen los hare krishna a llevarse a un hijo mío les cierro la puerta de mi casa», bromea la misma fuente.
Fray Pedro vive en una celda en la Cartuja de Corea, situada en el área rural de la península asiática. Su fe permanece tan recta como el lunes de resaca que bajó del R5 que regaló al mozo que cuidaba sus caballos en La Vega. No solo la timidez lo llevó al retiro. Asisitió al declive de la actividad rural y el empleo agrario en la finca familiar en los años setenta. «Aquello no lo llevó bien».
Para encontrar paz tuvo que alejarse de la sociedad y bajar de los caballos. Al menos temporalmente, matiza el clérigo a través del email en el que rechaza la solicitud de ser entrevistado. En otra vida espera ser jinete antes que monje: «Estimada Raquel. Pax. Le puedo decir que aún tras 41 años de cartujo sin acariciar un caballo el ‘gusanillo de la afición’ no ha muerto, simplemente está en el congelador. No tengo duda que para los aficionados que en esta vida intentaron ser buenas personas y amar al prójimo, en la vida eterna podrán volver a montar toda clase de caballos. Nuestra consagración total a esta vida de retiro, meditación y oración no cuadra con entrevistas. Por otra parte, le diré que, aunque un servidor participó algo en carreras y raid y en algún que otro concurso de doma vaquera, el palmarés fue muy pobre, así que no le dé pena que no acepte su propuesta pues, en realidad, no tendría usted mucho que contar».